sábado, 3 de julio de 2010

Terror a volar


Odio terriblemente tener que "volar". Lo encuentro una experiencia no sólo antinatural, sino que te obliga a la convivencia extrema entre seres humanos con los cuales lo único que tienes en común es la necesidad de ir en ese mismo vuelo al mismo lugar. ¿O acaso alguno de ustedes no ha padecido aún el síndrome del "vecino incómodo" de pasillo?

Desde que la vi, sentada ahí en la sala de espera, tuve un mal presentimiento. Y no era tanto por su apariencia desgarbada, sus evidentes 80 kilos de sobrepeso, las migajas que tiraba sobre su regazo al comer una empanada o las flatulencias que de vez en vez dejaba escapar. No, era porque alcancé a escuchar mientras a ambos nos asignaban un lugar en el avión que le había tocado justo a mi lado.

Como la típica pasajera que se quiere adelantar a los demás, se formó en la fila de abordaje mucho antes de que llamaran a nuestros asientos. Siempre he detestado esa actitud en algunos viajeros de querer "ganarle algo a alguien" aunque no saben ni qué, ni a quién. Mis problemas empezaron cuando llegué a mi lugar y la mujer estaba intentando hacer entrar a la fuerza sus tres piezas de equipaje que, obviamente, no quiso documentar y que algún torpe de la aerolínea no la obligó a hacerlo.

Después de lograr meter dos de esas piezas, empezó a sufrir con su última maleta, una respetable valija 'Samsonite' de gran tonelaje. Ella sufría al levantarla del piso y tratar de encajarla en los compartimentos superiores: sudaba y gemía como un pequeño cerdo de vez en cuando al pellizarse los dedos empujando la maleta. Detrás de ella estaba yo, seguido de una fila de furiosos pasajeros que me miraban a mí, como si yo tuviera la culpa de que la infame mujer tardara tanto.

"¿La ayudo?" - pregunté caballerosamente, a lo que ella respondió: "¡Menos mal! Si me ve que estoy sufriendo con esto...", como si fuera mi responsabilidad su estupidez. Tomé su maleta y casi me saco una hernia tratando de levantarla del piso. "¿Qué trae usted aquí? ¿Piedras?" - pregunté mientras forcejeaba para introducir aquella valija; ella no respondió, se limitó a mirarme sufrir mientras la auxiliar de vuelo me gritaba desde lejos con la cara encendida, pensando que era mi equipaje: "¡Señor, eso no va a entrar ahí!". Yo no estaba dispuesto a perder más tiempo bajándole sus tres malditas maletas para documentarlas, por lo que la emprendí a puñetazos salvajes contra la maleta, logrando meterla hasta el fondo no sin antes conseguir que la mujer gritara: "¡no le pegue que traigo unos fetos de gato siamés metidos en botellas de formol!".

La infame mujer se sentó en el asiento del medio y yo quedé en el pasillo. Todavía no despegábamos cuando sus malditas botellas de formol me empezaron a gotear en la cabezota desde el compartimento superior. "Señora, su formol me está goteando" - le indiqué con elegancia, a lo que ella gruñó: "¡le dije que no la golpeara!". El formol mezclado con los cadáveres de los gatos generó tal pestilencia que la auxiliar de vuelo se acercó a mí y antes de alcanzarme, la diabólica mujer liberó una sonora flatulencia, por lo que la azafata pensó que había sido yo. "Señor, si tiene algún problema de dispepsia grave lo invito a pasar al fondo del avión donde están localizados los baños" - me dijo.

Así me soplé 2 horas de vuelo, con líquidos de gatos muertos sobre la cabeza y recibiendo los escupitajos de la "mujer tapir" mientras devoraba la pasta que le habían servido. Calculo que la salsa le cayó mal porque empezó hacer muecas y ruidos raros con el estómago, y a retorcer las piernas como si quisiera evitar que se le rompiera la fuente aunque no estaba embarazada. Después de algunos estertores y sudando como puerco en matadero, me pidió dejarla pasar al baño. Con la bandeja de alimento frente a mí empecé a sufrir con la peripecia, pues yo intentaba levantarme del lugar para dejarla pasar, pero ella tenía una prisa infernal por lo que no esperó a que yo me incorporara, sino que se avalanzó frente a mí con la rapidez de un rinoceronte africano en plena carga.

Su voluminoso cuerpo no alcanzó el pasillo, por lo que se me vino encima de manera bestial, no sin antes liberar nuevamente una sonora flatulencia que no impidió que yo escuchara claramente cómo al caerme encima los huesos de mis rótulas crujían y protestaban con violencia. "¡Ay, hija de la...!" - se me escapó un leve improperio producto del dolor, al cual ella no prestó atención y corrió al baño dejando un rastro extraño en mi pantalón y por el pasillo del avión.

Una hora más duró mi tortura hasta que el avión finalmente tocó tierra. La maldita mujer no pudo descargar sus valijas de los compartimentos superiores, por lo que otra vez tuve que bajarle los ataúdes de sus mininos infernales, teniendo como testigos tras de mí a una horda de viajeros que me miraban con asco por la pestilencia de mi cabeza y mi mancha en el pantalón.

Comprenderán mi prisa por abandonar la aeronave por lo que empecé a apurar a la mujerzuela que avanzaba delante de mí con la lentitud de quien padece un problema psicomotor severo. Los viajeros detrás de mí empezaron a presionarme más y más. Casi logré alcanzar la salida del avión cuando por la premura de todos me tropecé con la valija de los gatos fétidos que arrastraba el manatí aquel, y le caí encima al final del pasillo, llevándome conmigo a dos de las auxiliares de vuelo. De inmediato me saltaron el capitán y su copiloto, sometiéndome en el piso, alegando algo de "acoso sexual" que yo no alcancé a escuchar bien en medio del alboroto.

Hoy, a varios meses del incidente y a pesar de estar usando Ajax Amonia para lavarme el cuero cabelludo, todavía no logro quitarme el olor a gato muerto que traigo en la cabezota...

3 comentarios:

  1. Gaona, disfruto mucho leyendo tus barbaridades! Especialmente porque puedo perfectamente imaginarte en todas esas situaciones... jajaja, a lo mejor y son verdad y todo!

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  2. Neher, todo esto es verdad?!? A ti no te pasan estas cosas?? Dime si no te pasan, porque entonces me preocuparé por mi bizarra realidad!

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  3. JAJAJAJAJAJA,
    A mi me pasan cosas menos desafortunadas y no tan asquerosas, pero bueno, los ridículos y los osos vividos, me han hecho entender q la vida sin estas situciones bizarras no sería tan divertida....
    Yo también te imagino Gui en CADA UNA de estas situaciones, yo creo q las has vivido absolutamente todas y te lo agradezco porq cada q leo tus crónicas me divierto como enana (q no me cuesta mucho porq como recordaras... yo también soy petisa!)
    :D

    Renata

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