jueves, 18 de marzo de 2010

Santos mandarriazos, Batman!

Todos sabemos que en un gimnasio la fauna se divide en al menos dos tipos de especímenes: los "posers" o aquéllos que se sienten Lou Ferrigno en sus mejores épocas, y los que entramos para realmente intentar evitar el infarto.

Yo me inscribí de vuelta hace dos meses en un gimnasio o "gym" (para que suene nice), intentando entrar en la segunda categoría, pues últimamente la única pasión que transita por mis venas es el colesterol. Así que empecé con el mismo entusiasmo con el que lo hice hace como 15 años, decidido a recuperar el tiempo perdido y retomar el cuerpo escultural de anuncio de Calvin Klein que tenía cuando adolescente (hoy lo único que me queda de anuncio de Calvin Klein son los calzones y mi estatura de Michael J Fox - para quienes recuerden a "Calvin" de "Back to the Future").

Así que llegué el primer día pensando "si a los 18 años levantaba 80 kilogramos de benchpress, hoy debo haber triplicado mi fuerza como lo he hecho con mi inteligencia y sabiduría". Decidido, me recosté en la banca, hice un par de payasadas simulando que calentaba, y tomé la barra con 60 kilos dispuesto a impresionar a todos. Empecé a forcejear, a hacer ruidos guturales, apretar los dientes, apretar el estómago, cruzar los dedos de los pies, y la maldita barra no se movía un milímetro. El rostro se me empezó a incendiar y se me taparon los oídos del esfuerzo antes de escuchar un crujido terrible... afortunadamente no fue la columna vertebral la que se me partió, sólo se me desgarró el pants de manera vergonzosa.

De inmediato me levanté y miré a mi alrededor para ver si alguien había visto semejante espectáculo o escuchado mi infortunio. Afortunadamente todos estaban demasiado concentrados en mirarse a sí mismos al espejo. Con disimulo me levanté del banco, me amarré la sudadera a la cintura para ocultar el accidente y me resigné a dejar el benchpress para después. Me concentraría en las mancuernas para el bíceps, pues siempre habían sido mi fuerte! Con férrea determinación, mostrando mis bíceps esculturales y haciendo alarde de fuerza, tomé las mancuernas de 30 libras y... casi me arranco los brazos tratando de alzarlas! "No me van a ganar estas malditas pesas!" - pensé para mí y seguí intentando levantarlas, sudando como cerdo en matadero, hasta que el tipo que estaba a mi lado me dijo en voz baja: "no te esfuerces demasiado, no se te vaya a escapar un gas".

Con el amor propio herido me resigné una vez más y fui por las mancuernas de 15 libras. Como una nena las levanté y empecé a trabajar el bíceps. Con cada repetición sentía que mis músculos retomaban la energía perdida durante años, que mis bíceps volvían a ser aquéllos del anuncio de Calvin Klein, y al mirarme al espejo vi en mi reflejo al mismísimo Matthew Mcconaughey ejercitándose... hasta que llegó a mi lado el mismo tipo del comentario del gas a ejercitarse también con mancuernas de 40 libras como si fueran globos de helio.

Humillado, decidí no seguir haciendo el ridículo. Dejé las pesas y me fui al área de cardio a buscar una caminadora para correr algunas decenas de kilómetros. Inicié bastante bien, pero al cabo de un par de minutos comencé a sentir que mi energía se iba por algún lugar del cosmos. Y justo en ese momento, el tipo que me había estado poniendo en ridículo se subió a la caminadora contigua para empezar a correr.

Con el orgullo herido, retomé fuerzas y empecé a correr como nunca lo había hecho en la vida: comencé a aumentar la velocidad de la caminadora, y con cada incremento mi cuerpo se sentía más ligero, más vivo. La adrenalina me recorría de pies a cabeza y me sentía una gacela sobre la banda. Alcancé la velocidad de 20 kph y ya mi ser prácticamente flotaba sobre esa máquina... hubiera podido romper mi propio récord y dejar al tipo aquel humillado a mi lado de no ser porque a esa velocidad pisé mal el costado de la caminadora y el costalazo que me di contra la banda fue brutal! Creo que el mandarriazo se escuchó hasta la panadería y tintorería contiguas al "gym". Y a pesar de que me dolía hasta el bulbo raquídeo y que sabía que todo el mundo se había dado cuenta de mi mandarriazo, me levanté con calma, me sacudí las rodillas, me limpié la sangre de la cabeza, me devolví la rótula a su lugar y salí del "gym" enjugándome las lágrimas como una nena.

Ahora estoy inscrito en otro gimnasio.

martes, 2 de marzo de 2010

Un año en el autoexilio

Ayer cumplí un año viviendo en Colombia. Qué fácil se dice. Qué difícil hacer un balance. Por un lado, la mitad del corazón se deja atrás en la tierra que uno llama hogar, y por otro el corazón siembra nuevas esperanzas en el lugar al que se llega.

Y balance no es lo que buscamos todos en la vida? Balance entre vida y trabajo. Balance entre ocio y responsabilidad. Balance entre calorías y ejercicio. Balance entre Dios y el Diablo... Hacer un balance significa poner cosas buenas y malas, y creo que en esta experiencia nada es completamente bueno o malo.

Lo que sí creo es que vivir lejos de la tierra que lo ve nacer a uno, lejos de la familia y amigos de toda la vida, es una experiencia enriquecedora en todos los aspectos, siempre que no sea por circunstancias lamentables, como bien lo dice León Gieco. Más aún cuando esa tierra que lo recibe a uno es Colombia, y aquí vale la pena hacer una retrospectiva...

Recuerdo la expresión en la cara de algunas personas hace un año cuando les decía que me iba a vivir a Colombia. Puedo decir con certeza que el 80% arqueaban las cejas y mencionaban la palabra "COLOMBIA" con entonación interrogante-aterradora, como si yo estuviera completamente loco. Creo que en igual porcentaje la gente me daba su opinión de Colombia como si fuera "tierra de nadie", en donde la inseguridad y el narcotráfico eran el pan de cada día.

Hoy, a un año de vivir aquí, puedo decir que Colombia tiene los mismos retos que tiene cualquier país en América Latina y que, a diferencia de muchos otros, los ha venido superando a lo largo de los últimos 10 años. La inseguridad y el narcotráfico son el cáncer de nuestros países, pero siento que Colombia los ha intentado combatir con voluntad real y mucho mejores resultados que tantos otros.

Y contrario a esos estereotipos, lo que sí hallé en Colombia fue un lugar lleno de gente cálida, extraordinariamente amable y agradable, con auténtica pasión en la sangre que me imagino que más allá de hacerles llevar un ritmo estupendo en el reguetón o el vallenato, se les nota en todo lo que hacen, en la manera en la que sonríen y en la forma en que encaran la vida dándose siempre un espacio para "gozarla".

Sí, dejé amigos y familia atrás, gente a la que quiero mucho y no puedo dejar de pensar en cuándo será la siguiente vez en que los vea. Pero para ser justo también debo decir que acá he encontrado gente fantástica a la que me alegra enormemente haber tenido oportunidad de conocer más en profundidad. Al final, la gente es la que hace un país y un lugar... y si por la gente que he conocido puedo juzgar a Colombia, estoy feliz de haber tenido la oportunidad de poder escribir estas crónicas desde el autoexilio.

DEDICATORIA ESPECIAL: en esta especie de aniversario quiero dedicar el espacio de hoy a gente con nombre y apellido - a Marie, a mis padres, a los Pautasio Queirolo, a la Vicky, a los Camacho, a los Gaona, a mi equipo en México Luis Carlos, Castellanitos, Berus, Adrix, Ro, Nuri, Minkus, Wendinha, Kandinsky, Páez, Carola y Fango, a mi equipo en Colombia (muy extenso para nombrar), a Renix, a Ingrid Motta, a Claudia Adriasola, a mis tweeters favorit@s @uva98, @MMIUXX, @hiperjana, @luserrano... gente que llena mi vida en cualquier lugar del mundo en el que esté.