miércoles, 7 de octubre de 2009

Chau "Negra"


"El se da cuenta y asustado se lamenta... los genios no deben morir", rezaba con suavidad la voz de Ana Torroja hace 20 años, cuando España se daba cuenta que perdía a uno de sus hijos pródigos. A reserva de sonar ignorante, creo que América Latina no ha aportado al mundo grandes inventos o desarrollos científicos, al menos no con la frecuencia y magnitud con la que parecen hacerlo otras latitudes.

Lo que sí es claro es que nuestra región ha sido tierra fértil a lo largo de su historia, principalmente, de grandes pensadores, escritores, pintores, etc. En cierta forma es un orgullo contribuir a la humanidad a través de las bellas artes, porque más allá de los fines prácticos de la ciencia y la medicina, las bellas artes parecen apuntar a "la divinidad" del hombre, a aquello que intenta hacernos trascender nuestra condición humana mortal. ¿Qué sería del ser humano si no pudiera expresarse a través de la literatura, la pintura o el canto? Por ello no he podido dejar de pensar que este año 2009 Latinoamérica perdió dos de sus más grandes contribuciones al mundo: Mario Benedetti y Mercedes Sosa.

En lo personal, quise agregar una nota en este espacio porque ambos valuartes aportaron a mi vida ideas, valores, emociones y sensaciones que llevaré conmigo hasta el día de mi muerte y, lo más importante, me ayudaron a prestar atención a las cosas que son realmente importantes en esta efímera y extrañísima existencia que parece rodeada de oscuridad, que se plantea como una enorme incógnita desde su origen hasta su desenlace.

Puedo decir abiertamente que la primera vez (y creo que la última) que lloré - sí, lloré, y como un niño - con un texto, fue al enterarme de la muerte de "Laura Avellaneda" y de la desolación inexorable en el corazón de "Martín Santomé". La pérdida de "Avellaneda" es una pérdida que todavía hoy no puedo superar, porque sé que es una tragedia con las características impredecibles y casi crueles que suelen marcar la existencia del hombre, una tragedia que se repite todos los días para los distintos "Martín Santomé" que nos toca pasar por este mundo.

Puedo decir, de la misma forma, que la primera vez que encontré que una canción realmente condensaba en unas cuantas estrofas, absolutamente sencillas, la maravilla de la dicotomía de la vida humana, fue cuando escuché, en voz de "La Negra Sosa", Gracias a la Vida.

Y desde ese momento conocí realmente a Mercedes Sosa y encontré en su voz, intérprete de diversos genios, la voz de las distintas emociones y condiciones humanas que suelen pasar desapercibidas ante el frenesí de este terrible mundo moderno.

Más allá de lo que se dice de La Negra, que si era de izquierda dándose lujos de derecha, que si estaba vetada o no por los medios del mundo neoliberal latinoamericano, que si es un cliché hablar de ella como lo es de Pablo Milanés o Fernando Delgadillo (que me perdonen los puristas líricos si ofendo a alguien con la comparación), yo me quedo con lo bueno: Mercedes Sosa cantó desde el corazón del "pueblo" latinoamericano, y en sus facciones, en su voz potente, en su cabello negro como la suerte de los grupos indígenas condenados a la discriminación, el mundo entero conoció la grandeza de nuestra cultura autóctona y la sencillez de nuestra cosmogonía maya, mapuche, toba, garaní, quechua, guajiro, yaqui, y un larguísimo etcétera.

Chau, Negra... Chau, Mario... nunca más alguien como ustedes. Vendrán muchos, vendrán otros, pero nunca más alguien como ustedes.

sábado, 3 de octubre de 2009

El eterno forcejeo

Hace unos días leí un "tweet" de una amiga que me hizo reflexionar con profundidad sobre uno de los principales problemas que aquejan a la humanidad postmoderna o sobreviviente a la revolución industrial: entrar en unos jeans recién lavados.

El "tweet" no sólo me hizo reflexionar sino que en cierta forma me trajo alivio, pues entendí que eso de lograr ajustarse nuevamente unos "jeans recién lavados" no sólamente era un reto para mí que - siendo honestos, no soy una 'varita de nardo' - sino para cualquier mortal; incluso investigué en Wikipedia y hasta Houdini prefería encadenarse bajo el agua, en una caja fuerte con candados, con una camisa de fuerza y tiburones a su alrededor, antes de incluir en sus presentaciones trucos con "jeans recién lavados".

Y la reflexión viene al caso porque el trauma se repitió hace un par de semanas, cuando por la mañana de un domingo quise ponerme "cómodo" para disfrutar del fin de semana y al tomar mis jeans del clóset pude sentir en cuanto los toqué que la acción del Rendidor Cloralex había surtido efecto sobre ellos.

Una rabia inmensa me golpeó la cabeza porque mis jeans fueron lavados sin avisarme, y moldear esos jeans me había tomado MESES de esfuerzo, no sólo de aflojarlos sino de "curtirlos": me revolqué en terregales con ellos, les derramé todo tipo de líquidos (incluyendo baba de las comidas), los restregué contra el piso para sacar un par de manchas y les impregné mi olor característico para poder reconocerlos en caso de que ocurriera una de esas leyendas urbanas en las que cuentan que "qué pasaría si ese día al salir de casa te atropellan y te tiene que recoger una ambulancia y te quitan los pantalones"... a mí no me interesa con qué calzones vaya ese día, y si tienen hoyos o no, sólo me interesa recuperar mis jeans del repositorio del hospital!

Todavía manteniendo la calma, tomé los jeans, respiré hondo, como ignorando que estaban recién lavados y empecé a ponérmelos, pensando que si ellos no se daban cuenta que yo ya estaba predispuesto, entrarían sin problema alguno. Pero eso no ocurrió. En el trayecto de la rodilla al muslo se aferraron a la pierna con la furia con la que un gato se agarra de un poste cuando intentan bajarlo los bomberos. Y empezó "el eterno forcejeo". Me tiré en la cama y comencé a revolcarme como gusano pero ni así cedían y, para agravar el asunto, desde la sala escuché a alguien gritarme: "qué te pasa?? estás jugando a la larva??!".

Me levanté colérico, tomé los jeans por las piernas y comencé a azotarlos contra el piso una y otra vez, con la intención de que cedieran en su voluntad de fastidiarme la existencia. Repetí la operación un par de veces, hasta que desde la sala alguien me gritó: "qué te pasa?? estás castigándolos por la pizza y la cerveza que te tragaste anoche??!".

Ciego de furia, me los puse de vuelta y tiré de ellos para subirlos con fuerza hasta donde llegaran, ya nada me importaba. El movimiento fue tan agresivo que logré doblegar su voluntad y subirlos como correspondía. Sin embargo, la sensación horrible que suele experimentarse con los "jeans recién lavados" fue más incómoda que de costumbre. Me miré al espejo y noté - horrorizado - que había logrado subir los malditos pantalones, pero me los había puesto al revés! Casi me puse a llorar, cuando escuché desde la sala un grito: "qué te pasa?? no sabes distinguir el frente??!".

Me saqué los malditos pantalones, los arrojé contra el piso por desafiarme, les encajé un par de patadones, los maldije a ellos y a sus descendientes por 6 generaciones, y finalmente los lancé al cesto de la basura, con un profundo sentimiento de derrota.

Aceptando la realidad, completamente vencido, alcé la voz para reclamar y preguntar: "hoy no voy a usar los malditos 'jeans recién lavados'... dónde están mis jeans viejos y completamente domesticados??!!", a lo que una voz fría y lapidaria respondió con crueldad: "esos que intentabas ponerte con tanto ahínco son tus jeans viejos y 'domesticados", no los has mandado lavar desde hace meses!!".