domingo, 29 de noviembre de 2009

"EN REPARACIÓN"

Pido una disculpa a todos los amigos y amigas que de corazón siguen este espacio, pues estoy consciente de que ha estado inerte. El problema ha sido que en las últimas semanas Juan Valdez ha tenido que reflexionar en muchas cosas y eso le ha impedido concentrarse en este espacio. A veces necesitamos hacer una pausa para evaluar en dónde estamos y hacia dónde vamos. Juan Valdez está, una vez más, en ese punto. Y es un buen momento para hacerlo. Miro cómo pasan las nubes sobre el cielo, cómo se esconde la luna y sale el sol una y otra vez, cómo las estaciones cambian en algún otro lugar, y el paso del tiempo siempre ha sido un fenómeno al cual nunca podré dejar de prestar atención.

Juan Valdez está "en reparación". Estoy seguro que pronto volverá, sólo necesita detenerse un momento a recuperar el aliento, mirar hacia delante y encontrar nuevamente el norte. Hasta entonces dejo una reflexión en la que creo con gran convicción: la búsqueda de la felicidad es la más ardua, compleja y laberíntica a la que se enfrenta un ser humano... será porque la auténtica felicidad se encuentra escondida dentro de uno mismo y por eso es tan, tan difícil de hallar: se mueve con el paso del tiempo, pero ahí está siempre, lista para que el hombre que dedica toda la vida a encontrarla, se acerque a ella.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Chau "Negra"


"El se da cuenta y asustado se lamenta... los genios no deben morir", rezaba con suavidad la voz de Ana Torroja hace 20 años, cuando España se daba cuenta que perdía a uno de sus hijos pródigos. A reserva de sonar ignorante, creo que América Latina no ha aportado al mundo grandes inventos o desarrollos científicos, al menos no con la frecuencia y magnitud con la que parecen hacerlo otras latitudes.

Lo que sí es claro es que nuestra región ha sido tierra fértil a lo largo de su historia, principalmente, de grandes pensadores, escritores, pintores, etc. En cierta forma es un orgullo contribuir a la humanidad a través de las bellas artes, porque más allá de los fines prácticos de la ciencia y la medicina, las bellas artes parecen apuntar a "la divinidad" del hombre, a aquello que intenta hacernos trascender nuestra condición humana mortal. ¿Qué sería del ser humano si no pudiera expresarse a través de la literatura, la pintura o el canto? Por ello no he podido dejar de pensar que este año 2009 Latinoamérica perdió dos de sus más grandes contribuciones al mundo: Mario Benedetti y Mercedes Sosa.

En lo personal, quise agregar una nota en este espacio porque ambos valuartes aportaron a mi vida ideas, valores, emociones y sensaciones que llevaré conmigo hasta el día de mi muerte y, lo más importante, me ayudaron a prestar atención a las cosas que son realmente importantes en esta efímera y extrañísima existencia que parece rodeada de oscuridad, que se plantea como una enorme incógnita desde su origen hasta su desenlace.

Puedo decir abiertamente que la primera vez (y creo que la última) que lloré - sí, lloré, y como un niño - con un texto, fue al enterarme de la muerte de "Laura Avellaneda" y de la desolación inexorable en el corazón de "Martín Santomé". La pérdida de "Avellaneda" es una pérdida que todavía hoy no puedo superar, porque sé que es una tragedia con las características impredecibles y casi crueles que suelen marcar la existencia del hombre, una tragedia que se repite todos los días para los distintos "Martín Santomé" que nos toca pasar por este mundo.

Puedo decir, de la misma forma, que la primera vez que encontré que una canción realmente condensaba en unas cuantas estrofas, absolutamente sencillas, la maravilla de la dicotomía de la vida humana, fue cuando escuché, en voz de "La Negra Sosa", Gracias a la Vida.

Y desde ese momento conocí realmente a Mercedes Sosa y encontré en su voz, intérprete de diversos genios, la voz de las distintas emociones y condiciones humanas que suelen pasar desapercibidas ante el frenesí de este terrible mundo moderno.

Más allá de lo que se dice de La Negra, que si era de izquierda dándose lujos de derecha, que si estaba vetada o no por los medios del mundo neoliberal latinoamericano, que si es un cliché hablar de ella como lo es de Pablo Milanés o Fernando Delgadillo (que me perdonen los puristas líricos si ofendo a alguien con la comparación), yo me quedo con lo bueno: Mercedes Sosa cantó desde el corazón del "pueblo" latinoamericano, y en sus facciones, en su voz potente, en su cabello negro como la suerte de los grupos indígenas condenados a la discriminación, el mundo entero conoció la grandeza de nuestra cultura autóctona y la sencillez de nuestra cosmogonía maya, mapuche, toba, garaní, quechua, guajiro, yaqui, y un larguísimo etcétera.

Chau, Negra... Chau, Mario... nunca más alguien como ustedes. Vendrán muchos, vendrán otros, pero nunca más alguien como ustedes.

sábado, 3 de octubre de 2009

El eterno forcejeo

Hace unos días leí un "tweet" de una amiga que me hizo reflexionar con profundidad sobre uno de los principales problemas que aquejan a la humanidad postmoderna o sobreviviente a la revolución industrial: entrar en unos jeans recién lavados.

El "tweet" no sólo me hizo reflexionar sino que en cierta forma me trajo alivio, pues entendí que eso de lograr ajustarse nuevamente unos "jeans recién lavados" no sólamente era un reto para mí que - siendo honestos, no soy una 'varita de nardo' - sino para cualquier mortal; incluso investigué en Wikipedia y hasta Houdini prefería encadenarse bajo el agua, en una caja fuerte con candados, con una camisa de fuerza y tiburones a su alrededor, antes de incluir en sus presentaciones trucos con "jeans recién lavados".

Y la reflexión viene al caso porque el trauma se repitió hace un par de semanas, cuando por la mañana de un domingo quise ponerme "cómodo" para disfrutar del fin de semana y al tomar mis jeans del clóset pude sentir en cuanto los toqué que la acción del Rendidor Cloralex había surtido efecto sobre ellos.

Una rabia inmensa me golpeó la cabeza porque mis jeans fueron lavados sin avisarme, y moldear esos jeans me había tomado MESES de esfuerzo, no sólo de aflojarlos sino de "curtirlos": me revolqué en terregales con ellos, les derramé todo tipo de líquidos (incluyendo baba de las comidas), los restregué contra el piso para sacar un par de manchas y les impregné mi olor característico para poder reconocerlos en caso de que ocurriera una de esas leyendas urbanas en las que cuentan que "qué pasaría si ese día al salir de casa te atropellan y te tiene que recoger una ambulancia y te quitan los pantalones"... a mí no me interesa con qué calzones vaya ese día, y si tienen hoyos o no, sólo me interesa recuperar mis jeans del repositorio del hospital!

Todavía manteniendo la calma, tomé los jeans, respiré hondo, como ignorando que estaban recién lavados y empecé a ponérmelos, pensando que si ellos no se daban cuenta que yo ya estaba predispuesto, entrarían sin problema alguno. Pero eso no ocurrió. En el trayecto de la rodilla al muslo se aferraron a la pierna con la furia con la que un gato se agarra de un poste cuando intentan bajarlo los bomberos. Y empezó "el eterno forcejeo". Me tiré en la cama y comencé a revolcarme como gusano pero ni así cedían y, para agravar el asunto, desde la sala escuché a alguien gritarme: "qué te pasa?? estás jugando a la larva??!".

Me levanté colérico, tomé los jeans por las piernas y comencé a azotarlos contra el piso una y otra vez, con la intención de que cedieran en su voluntad de fastidiarme la existencia. Repetí la operación un par de veces, hasta que desde la sala alguien me gritó: "qué te pasa?? estás castigándolos por la pizza y la cerveza que te tragaste anoche??!".

Ciego de furia, me los puse de vuelta y tiré de ellos para subirlos con fuerza hasta donde llegaran, ya nada me importaba. El movimiento fue tan agresivo que logré doblegar su voluntad y subirlos como correspondía. Sin embargo, la sensación horrible que suele experimentarse con los "jeans recién lavados" fue más incómoda que de costumbre. Me miré al espejo y noté - horrorizado - que había logrado subir los malditos pantalones, pero me los había puesto al revés! Casi me puse a llorar, cuando escuché desde la sala un grito: "qué te pasa?? no sabes distinguir el frente??!".

Me saqué los malditos pantalones, los arrojé contra el piso por desafiarme, les encajé un par de patadones, los maldije a ellos y a sus descendientes por 6 generaciones, y finalmente los lancé al cesto de la basura, con un profundo sentimiento de derrota.

Aceptando la realidad, completamente vencido, alcé la voz para reclamar y preguntar: "hoy no voy a usar los malditos 'jeans recién lavados'... dónde están mis jeans viejos y completamente domesticados??!!", a lo que una voz fría y lapidaria respondió con crueldad: "esos que intentabas ponerte con tanto ahínco son tus jeans viejos y 'domesticados", no los has mandado lavar desde hace meses!!".

domingo, 6 de septiembre de 2009

Nunca seré de la "alta"

Nunca seré de la clase alta-altísima. Siempre preferiré ser de la clase baja-bajísima, esa que no puede llegar más bajo, no por cuestión socioeconómica, sino por mi comportamiento de homo erectus... ése que apenas levantaba los brazos del piso en su carrera evolutiva.

Hace unos días me invitaron a almorzar en un prestigiosísimo (sisisisísimo) restaurante. Yo agradezco enormemente el gesto de cortesía porque mi anfitriona realmente es de una categoría más allá de este universo y quiso compartir su clase y elegancia conmigo. Lo lamento por ella, porque alguien tan agreste como yo, sólo puede desperdiciar esos detalles... como dicen: es tirarle margaritas a los chanchos.

Desde que entré al restaurante me topé con un escenario exquisito: una pequeña salita de "estar" con una pantalla de plasma proyectando un concierto filarmónico; hacia el fondo, una sola mesa larga para seis personas, con el menú de cuatro tiempos impreso sobre el plato; y, finalmente, al costado, una gran cocina expuesta, con 3 chefs y diversas parrillas, especias y vinos para condimentar.

Obviamente fue demasiado esmero para mí solo y no tardé en empezarme a sentir incómodo. Nos invitaron a ocupar la mesa y, tras sentarnos, el chef principal empezó a explicarnos el menú que degustaríamos ése día... desde que escuché el primer plato, el estómago se me empezó a revolver.

Lo primero en llegar a la mesa fueron unas fantásticas ancas de rana toro moteada cuasi extinta de la región alta del amazonas, es decir, un anfibio que el chef fue muy enfático en mencionar que "no se encontraba por estos lugares". Miré mi plato y había como cuatro "palitos de queso empanizado" de los que a veces me compro para mirar los partidos por TV en mi casa. Intenté engañarme psicológicamente pensando que lo que mordería eran palitos de queso de los que me compro cuando miro partidos por TV en mi casa, pero al encajarle los dientes y ver esa carne blancuzca-transparentosa, de inmediato me llegó el sabor a la lengua de una rana toro moteada cuasi extinta de la región alta del amazonas... y con ella vino el primer espasmo estomacal.

Yo sé que las ancas de rana no son la gran cosa, pero yo nunca las había comido y menos preparadas de manera tan "elegantiosa". Inteligentemente empecé a desmenuzar con el tenedor aquellas pequeñas "piernitas" sobre mi plato para extender la poca carne que las cubría por toda la superficie, como dando la impresión de que me había encantado, pero era yo desprolijo para comer. Logré destantear al mesero, quien de inmediato vino y recogió mi plato para llevárselo.

"Uff" - pensé para mí - "lo logré... ahora debe venir una carne de res decente". En esa reflexión estaba cuando me ponen enfrente un crustáceo-molusco-babosáceo con queso parmesano encima, cuya impresión me causó tanto asco que no alcancé a escuchar la descripción completa del chef en que decía que el bichito era tan raro que "no se le encontraba ni de milagro por estos lugares del planeta".

Le encajé la cuchara a la cosa gelatinosa esa y reventó una burbuja y un líquido viscoso que logró que se me escapara una de esas arcadas que no se pueden disimular. "Está usted bien?"- preguntó alarmada mi anfitriona. Controlando el bolo alimenticio que había yo regurgitado con el espasmo anterior, dije: "me encuentro de maravilla!". En estos momentos siempre he agradecido el segundo estómago que por error genético la naturaleza me dio, en donde puedo almacenar comida predigerida para mis cachorros... cuando los tenga. Bendita evolución de Darwin!

Empinándome la copa de vino completa y al grito de "en caliente ni se siente", me sorbí como un degenerado el molusco aquel, intentando no pensar en el ectoplasma que me resbalaba por el cogote.

El estómago se me rebelaba por debajo de la mesa, sin el romanticismo de la canción de Luis Miguel, revolviéndose con una náusea colérica más al estilo de Sartre. Pensé para mí mismo "por favor, que ya llegue el plato fuerte, un buen pedazo de carne de res logrará sacarme este asco de encima...".

Finalmente llegó el plato fuerte. Lanzando un suspiro o, mejor dicho, disimulando un pequeño eructo, contuve el último vuelco histérico de mi tracto digestivo. Miré el plato y encontré un par de pedazos generosísimos de carne, de un color carmesí intenso, como bañado en un exquisito vino tinto. Sin dudarlo dos veces, encajé tenedor y cuchillo al jugoso pedazo aquél, para llevarlo a la boca y sentir cómo la tiernísima carne se deshacía fantástica en mi paladar.

Y antes de que pudiera tragar aquél bocado el chef recitó: "veo, caballero, que no ha podido usted resistirse a probar los glúteos de macaco sileno o macaco 'cola de león', conocido así en el suoreste de la India no por su bravura, sino por ser víctima frecuente de diarreas tan fuertes que le hacen rugir con la sonoridad del mismísimo rey de la selva en el medio de la noche africana... por cierto, también está casi extinto y es imposible de encontrar en este lado del globo terráqueo."

Moraleja: el que nace pa' maceta, no pasa del corredor... yo salí de ahí corriendo a comer en un McDonald's, al fin y al cabo, esos no están en peligro de extinción.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Zoopermarket

Muchas veces escuchamos que todos nos transformamos en un animal salvaje al poner las manos sobre el volante del auto, pero... sucede lo mismo cuando ponemos las manos sobre el carrito del super mercado?

A mí me parece que los pasillos de cualquier Wal-Mart, Carrefour, etc., se convierten en una pequeña muestra de lo que puede ser el periférico mexicano o la calle 94 bogotana, un viernes a las 6 de la tarde... existe todo un ecosistema enriquecido con una fauna tan peculiar como la del Amazonas o la Sabana africana.

Está el mono aullador, que te topas desde el estacionamiento (parqueadero); el ave de rapiña, que te encuentras con sus pequeños carritos ofreciéndote lavar y pulir tu auto por una súper promoción de 100 dólares; el pato criollo, o mujer despistada que camina y defeca en cada lugar donde se detiene, dejando el carrito atravesado a medio pasillo y, finalmente, la vaca, que al pagar en caja, deja su carrito y toma sus bolsas sin moverlo para que tú lo hagas.

Pero hace un par de fines de semana me sorprendí a mí mismo transformándome en tejón revoltoso, luego de un accidente de tráfico... en el super mercado.

Iba yo empujando el carrito, caminando tranquilamente por el pasillo del grupo alimenticio de las "Instant Ramen", disfrutando del solipsismo de lo que se conoce como "Blackberry Prayer" (de lo cual pienso hablar en un post más adelante) o la interesantísima revisión de Twitterberry, cuando de pronto sentí como si de la nada, un Boeing 747 kamikazee se hubiera precipitado con furia sobre mi talón derecho.

Dejé escapar un alarido de dolor implacable que creo incluso se filtró por el audio del tipo que anunciaba las naranjas a tres por mil pesos (hablando en pesos Juan Valdez), de esos dolores que sólo experimentan la mujeres expulsando al bebé en parto natural o los hombres miserables a los que un perfecto imbécil acaba de destrozarles el talón estrellándoles el carrito del súper mercado por detrás.
Después de unos segundos de revolcarme colérico en el piso, sobándome mi taloncito, me giré con rabia a castigar al pedazo de estiércol que me había partido el talón en dos, sólo para encontrar que era un condenado chamaco de escasos 7 años, empujando el carrito de su madre.

"Escuincle hijo de tu..." - alcancé a decir, antes de que su progenitora asomara su irresponsable rostro. Entonces tuve que tragarme mis palabras y me limité a mirar al demoniaco hemorroide con un odio indescriptible en mis pupilas. Y como si su imprudente forma de conducir dentro del supermercado no hubiera sido suficiente, todavía se carcajeó y siguió adelante, dejándome tirado ahí, en medio de mi agonizante dolor.

Así que me levanté presuroso y, todavía cojeando y enjugándome una lágrima, alcancé al engendro del mal justo en la esquina entre el grupo alimenticio de los Marinela y el eje vial número 7, para cerrarle el paso. El pequeño escupitajo se ardió tanto de que no lo dejara pasar, que empezó a perseguirme por todos los pasillos, intentando cerrarme el paso y tirándome encima su carrito cargado peligrosamente de explosivos tipo Ajax Amonia.
Sin embargo, mi amplia experiencia al volante y mi madurez de adulto le impidieron rebasarme una y otra vez, por lo que la persecusión duró varios pasillos, pasando por casi todos los grupos alimenticios, desde los Cocacoláceos hasta los Leguminosos. Pero llegando a las cajas, donde todo se convierte en un caos, el niño maniático intentó un movimiento temerario y prácticamente me embistió para ganarme el paso a la caja. Con un movimiento cuasi felino yo esquivé su golpé mortal y dirigí con velocidad mi carrito hacia la caja, festejando mi triunfo como si fuera la carrera final de la Nascar 2009... pero antes de poder celebrar, mi carrito se estrelló furiosamente contra el talón del tipo de adelante, un organgután de casi 2 metros de alto, que gimió como perro atropellado antes de desplomarse al piso del dolor.

Y mientras corría como gacela de Thompson buscando desesperadamente la salida, sólo alcancé a escuchar un grito que se filtró por el sistema de sonido del supermercado: "Corre, hijo de tu..., que si te alcanzo te mato!!!".

sábado, 25 de julio de 2009

Como chícharo en charola grande

Hace unos días, por Twitter, confesé que hay dos cosas que me desagradan del nuevo lugar en el que vivo: 1) la carretera y, 2) los taxis. Como en muchas ciudades del mundo, subirte a un taxi en esta ciudad es arriesgar el pellejo, casi tanto como encerrarte en una jaula con mandriles y tirarte por un barranco para aumentar la adrenalina.

Particularmente en viernes, conseguir un taxi al salir de la oficina es un acto de fé. Pueden pasar horas sin conseguir uno y creo que es el momento en el que los taxistas más se dan el lujo de escoger a sus víctimas, conscientes de la sobredemanda.

Esa noche logré enganchar a uno, ondeándole un billete de 50 dólares con una mano, y con la otra una revista "Play Boy". Creo que ahí fue donde nuestra relación comenzó mal, pues al subirme al taxi vio que el billete no era de "dólares" sino "panchólares", y que sólo había usado la cubierta de "Play Boy" para disfrazar la verdadera revista que llevaba conmigo: "Hombre de Casa Moderno", que en esta edición contenía un artículo que hablaba de cómo echar los calzones oscuros a lavar en cloro sin que pierdan el color y la suavidad.
Indiqué mi destino y me sumí en el asiento en calidad de autista, disponiéndome a leer el interesante artículo. Recuerdo que llegué justo a la parte más entretenida del mismo, en la que narraba cómo lograr que el resorte no se aguade colocándole unos granitos de sal antes de echar a remojar, cuando un súbito chirrido de llantas y un amarrón bestial me lanzó hacia delante para darle un beso al taxista en el coco pelado.

"Cómo así?!?" - me reclamó el individuo, mientras yo volvía violentamente a mi posición original, motivado por la fuerza de gravedad - "Nada de besitos en la nuca!" - me dijo.

"Disculpe usted" - le respondí con aplomo, mientras me restregaba las hojas de la revista contra la lengua, intentando sacarme el sabor a cuero cabelludo y un par de pelos que le había arrancado de la nuca a aquel sujeto - "Su singular estilo de disminución de la velocidad me proyectó con vigor hacia adelante", concluí.

Retomé la lectura al tiempo que el individuo iniciaba frenéticamente el recorrido. No pude volver a concentrarme en la manera en que se puede conseguir una suavidad de terciopelo en la ropa interior, cuando de nuevo sentí un maniático volantazo y salí disparado hacia delante, para alcanzar a saludar al San Judas Tadeo que traía el tipo en el tablero, antes de reventarme la dentadura contra el mismo.

"Óigame, no me desgracie al Santito!" - se atrevió a reclamarme el tipo, en tanto yo buscaba mi incisivo frontal izquierdo debajo del tapete del copiloto. "Quizá si usted no frenara con tal brutalidad, yo conservaría mi dentadura intacta y usted mantendría sus íconos religiosos en sus respectivos nichos" - respondí, ya con cierta molestia.

No terminaba yo todavía de recuperarme, cuando el tipo inició la marcha de manera frenética, rebasando autos, ignorando semáforos, atropellando peatones y deshaciéndose de motociclistas. Yo trataba de asirme de algún lugar, pero al rebotar de un lado a otro, mi cerebro empezó a dejar de funcionar de manera óptima, hasta que nuevamente el carro frenó como si el tipo hubiera tirado un ancla al asfalto para amarrarse en seco.

El taxista abrió la puerta y salió corriendo como desaforado. Por unos segundos me rasqué la cabeza e intenté comprender el movimiento aquél, mientras a lo lejos me distrajó un silbato muy poderoso... por un momento dudé, hasta que mirando por la ventanilla comprendí que el auto había quedado justo a mitad de las vías del tren, con el semáforo en rojo.

Fue entonces que, como un endemoniado, empecé a gritarle al taxista que no me abandonara ahí, que tuviera piedad por amor de diosito santo, que volviera y me abriera esa trampa mortal en la que me había encerrado... pero nada. Rompí en llanto y, en medio de mis lágrimas, la emprendí a cabezazos contra el vidrio del taxi hasta que lo rompí (después recordé que pude haberlo hecho con el tacón del zapato, pero ya era muy tarde, el daño cerebral estaba hecho).

Escurriéndome por la ventana, salí del auto para caer en un lodazal, ensuciando mi traje Ermenegildo (Galeana), mientras veía el faro del tren acercarse colérico hacia mí. En ese momento, volvió el taxista y se subió al taxi gritándome: "Ya me desgració la ventana! Si nomás iba por unos cigarros, ni aguanta nada! Trépese de vuelta...".

Yo salí corriendo de ahí como una Magdalena, hundiendo mi llanto en el portafolio de mi laptop, que espero no estropear con los mocos y las babas, metáforas de mi desasosiego interno. Sin embargo, aún no sé si, con lo poco que aprendí del artículo que venía leyendo en el taxi, alcanzaré a rescatar mi ropa interior de los estragos ocasionados por lo sucedido en ese viaje.

sábado, 11 de julio de 2009

Alegría malsana

Tengo que confesarlo: disfruto enormemente de la alegría malsana, esa que te hace desternillar de risa cuando a alguien le pasa algo y te sabes inmune. Pero también confieso que cada vez creo más en el karma, porque siempre que me burlo de algo inevitablemente se me regresa. Aun así, creo que por más que el universo me siga devolviendo las cosas multiplicadas por siete, no dejaré de disfrutar de mi alegría malsana!

En el edificio en el que vivo trabajan dos policías "dizque" cuidándolo. Ambos son buenas personas, pero hay que decir que mucho de policías, lo que se dice policías, no tienen... o bueno, depende de las características que definen a un policía. Digamos que no cumplen con el prototipo del policía, pero sí con el estereotipo: son medio gansos en su oficio.

Uno de ellos, particularmente, se queda dormidísimo siempre que puede (no digo siempre que quiere, porque estoy seguro que lo hace contra su voluntad). Algunos vecinos se han quejado de que vigilar, lo que se dice vigilar, no se le da. La cosa es que la semana pasada iba yo saliendo por la mañana del apartamento y para sacar mi carro el policía en cuestión debe abrirme la puerta del estacionamiento. Yo montado en el auto esperé y esperé, y nada, así que encolerizado me bajé y fui hasta la casetita que tienen, sólo para encontrarlo sumido en el más profundo sueño. Hasta roncaba el infeliz! En ese momento fui consciente de la oportunidad que tenía, y tuve que contener mi risa interna para no delatar mi chascarrillo. Esperé unos segundos hasta que viniera su ronquido más profundo para moverle la silla como degenerado, gritándole: "ME ABRE EL ESTACIONAMIENTO, POR FAVOR!". El tipo se sacudió como endemoniado, se le escapó un gas y, entre el sopor del sueño, la peste del gas, algo de molestia y vergüenza, accedió en el acto.

Varios días me duraron las carcajadas internas cada vez que recordaba el cuadro, hasta que llegó esa noche fatídica en la que, al no circular mi carro (acá el "Hoy no circula" se llama "Pico y Placa" y aplica para todos los autos, no importa el año de fabricación), tomé un taxi de regreso de la oficina y llegué un poco tarde a casa. Hacía frío y el cielo relampagueaba en medio de la noche, como si fuera un mal agüero. Me bajé del taxi y caminé hacia la entrada del edificio. Ahí, ineluctáblemente uno debe tocar el timbre y esperar que el policía abra la puerta, así que lo hice, pero nada pasó. Nuevamente hice sonar el timbre y nada. Nadie parecía escucharlo. Primero me encabrité, bien encabritado, y pensé: "este haragán otra vez se durmió!". Luego me empecé a preocupar porque la lluvia era inminente y yo no quería que se me mojara mi traje Ermenegildo (Galeana). Así que empecé a pegar de golpes en la ventana para lograr arrancar al tipo de las garras de morfeo, donde quiera que se hubiera quedado dormido. La lluvia se soltó inclemente y no sólo mojó mi traje Ermenegildo (Galeana) sino hasta mis calcetines con rombos, que fue lo que más rabia me dio!

En eso, en medio de la oscuridad de la noche lluviosa y presagiosa, por la acera de la calle vi caminar una figura oscura, con paso desafiante, dirigiéndose a mí. La sombra lo cubría de pies a cabeza y lo hacía lucir espeluznante y colosal. El viento le hacía volar una especie de capa y el cabello, de tal forma que parecía acercarse el propio Lucifer. En ese momento me entró terror y empecé a golpear la puerta de la entrada como un condenado, gritando: "Por favor, señor policía, déjeme entrar, por amor de la virgencita, el santo niño de atocha y el señor caído de monserrate!". Nadie me abrió. Me sentí perdido, abandonado a mi suerte que segúramente sería fatídica con ese ser demoníaco que en un par de segundos estuvo frente a mí.

Una milésima de segundo antes de que yo perdiera el control de los esfínteres, tirado en el piso llorando de desesperación, la luz de la entrada alumbró aquélla figura, sólo para descubrirme que era el insecto policía, cubierto con un rompevientos, despeinado después de su maldita siesta de tres horas. Mirándome en el piso, tirado, como perro atropellado, el policía se limitó a decir: "ya, no chille, ya le abro... estaba en el estacionamiento abriéndole la puerta a alguien más."

sábado, 27 de junio de 2009

Colección Primavera-Verano-Otoño-Invierno

Han visto alguna vez correr a alguien bajo una intensa lluvia, tratando de mojarse lo menos posible y, en su "ciego" objetivo, tropezarse sólo para caer en un charco, revolcarse y empaparse hasta el último milímetro del resorte de los calzones? Fantástico espectáculo!

A mí me pasó, por eso sé lo que se siente. Y uno se levanta, se sacude un poco - como si el lodo fuera tan fácil de remover de la ropa como la tierra seca cuando uno se cae en un día soleado - finge que no pasó nada, y camina con el rostro en alto, orgulloso de haberse caído y levantarse, mientras la gente que se resguarda de la lluvia alrededor se desternilla de risa.

Desde esa ocasión - que me ocurrió a muy temprana edad y que me dejó secuelas indelebles en la autoestima por el resto de mi vida - cuando me agarra la lluvia a mitad de mi camino, la tomo con el mismo estoicismo con el que se toma el caer de la hoja de un árbol, el volar de la abeja o el inodoro desbordante de un baño público.

Acá, donde estoy ahora, la lluvia te puede sorprender en cualquier momento. Es increíble, pero realmente no existe forma de predecir el clima y me empecé a dar cuenta de eso muy pronto a mi llegada, cuando pregunté a un taxista, a un reparador de calzado, a un banquero y a un contrabandista de macacos: "a qué se dedicaba usted antes de hacer lo que hace hoy?"... la respuesta fue siempre: era meteorólogo.

El clima y las estaciones en este lugar son más difíciles de anticipar que la filmación de la última trilogía de la Guerra de las Galaxias. Pero lo que más llama mi atención es la percepción de la gente local. Digamos que corremos con suerte y durante dos días seguidos sale el sol y no llueve; los comentarios son: "vio? llegó el veranito!". Pero al tercer día se avecina una lluvia torrencial y unos vientos gélidos que soplan a más 300kph y los comentarios son: "ufa! se vino el inviernito!".

Así las cosas, empecé a dejar de preguntar cuándo era verano y cuándo era invierno acá porque, como me habían ya advertido algunos lugareños, uno puede tener las 4 estaciones todas en un sólo día. Un verdadero desafío para el "guardarropa" en donde le toca a uno salir vestido todos los días con lo último de la moda primavera-verano-otoño-invierno 2009.

sábado, 13 de junio de 2009

Hombre... qué demonios te está pasando??

Recuerdo un comercial de televisión en donde se hacía esta pregunta: "Hombre, qué rayos te está pasando?" y sacaban escenas de hombres pidiendo una lechuga en un restaurante, haciéndose manicure y no sé qué otras actitudes poco varoniles. La deducción final era maravillosa: "la belleza donde debe estar".

Una de las cosas que más me ha costado trabajo acá es encontrar lugares a donde solemos acudir los hombres para hacernos "el servicio de los 10 mil kilómetros". Dos ejemplos: la peluquería y (aunque me cueste decirlo) un maldito podólogo que evite que mis garras de tigre rompan mis zapatos por delante.

Hoy llegué primero a un lugar que encontré para éste último servicio. Como suele entrar un hombre que se precia de serlo, entré con cierta incomodidad y pregunté: "disculpe, señorita, busco a alguien que me ayude a mantener a raya mis garras...", y la mujer se me quedó viendo como si no me entendiera. "Busco a un podólogo", afirmé con un poco de vergüenza, a lo que ella respondió "aquí no hay podólogos, somos todos QUIROPEDISTAS!". "No me importa un coño si su personal completo cuenta con un centenar de especialistas con maestría en física cuántica y doctorado en Yale en termodinámica y el principio de Bernoulli, yo sólo quiero que me corten las malditas uñas de los pies!", respondí con gran categoría.

Después de recibir un masaje que yo ni quería que me costó 15 dólares y una embarrada de alguna sustancia para relajar los músculos que olía a insecticida, salí de ese lugar recordando aquél comercial... "hombre, qué diablos te quiere hacer la sociedad moderna???".

Luego cometí el segundo error: me metí a la "peluquería" que identifiqué hace unos meses y me metí a quitarme un poco el peinado estilo prehomínido que ya traía. Me ponen una "batita" negra encima y el tipo que se disponía a cortarme el cabello comienza a mirarme con desconcierto; luego, con tono de alarma en su voz, me pregunta: "las patillas y esta parte de atrás quiere que las dejé con la forma que vienen????!!". Yo no tengo ni idea de "con qué forma iban" mis patillas y no sé si a "la parte de atrás" se refería a mi trasero o qué demonios, pero no pude contestar con el detalle que él hubiera querido esa respuesta. Me limité a decir, con cierto enojo: "SÓLO CÓRTEME EL PELO!".

Qué obscuro objetivo hay detrás de intentar complicar tanto cosas tan sencillas como cortar el cabello de un hombre? Por qué nos estamos complicando tanto la existencia? A veces engancho en Animal Planet programas dedicados a la vida de los chimpances... y, desde el sillón, siento un poco de envidia al verlos felices comiendo bananos.

sábado, 30 de mayo de 2009

Tecno Rabia

Levante la mano aquél que nunca ha experimentado algo de rabia contra algún aparato tecnológico que no logra hacer funcionar!

Creo que la "tecno rabia" es un mal de nuestra época que tiende a incrementarse. Sin embargo, existimos algunos más "tecno rabiosos" que otros. De hecho yo me he sorprendido de cómo, con el paso del tiempo, me ido volviendo más y más rabioso y creativo en la manera de deshacerme de los "gadgets" que me dan problema.

Confieso que, usualmente, los dispositivos que más me pueden llegar a alterar los nervios son los teléfonos móviles y las computadoras. De hecho, creo que podría alquilarme como "probador rudo de equipos" antes de que salgan a la venta y volverme millonario. Qué trabajo más hermoso sería para mí poder emprenderla a martillazos contra el teclado de una laptop, azotar los "mouses" por su cable o reventar los BlackBerry contra la pared! Hasta se me escurre la baba de sólo pensarlo... definitivamente me sale lo neanderthal cuando no me funciona la tecnología.

Y es que creo que todos esos malditos aparatos tienen vida propia y su dios le ha asignado, como objetivo principal, fastidiarme la mía. Parece que se empeñan en obstaculizarme mis llamadas, entrar en coma a media presentación o perder toda la información que me llevó horas recopilar. Serán estúpidos!!

A uno de mis primeros celulares desgraciados, que se le ocurrió ponerse temperamental una mañana en la que yo salí también temperamental de la casa, terminó aplastado por los neumáticos de mi auto. Otro, que se hizo el chistosito mientras venía yo teniendo una conversación importantísima desde el auto, acabó sus días siendo lanzado por la ventana para reventarse contra la barra de contención de la autopista. En más de una ocasión, cuando ciertas personas me miran descargando mi furia titánica sobre los equipos, simplemente me retiran su amistad por temor a que maneje de la misma forma mis relaciones personales.

Todas estas maravillosas memorias me vinieron a la mente en días recientes, porque el móvil que me asignaron en la oficina, si bien hermoso, suele cortar mis llamadas a la mitad. Mi primera reacción, antes de pensar que es un servicio defectuoso del proveedor del servicio de telecomunicaciones, es encajarle un par de mandarriazos para que mejore la señal... pero justo en el momento antes de mostrarle al dispositivo quién es el que manda, me detengo a pensar que, dado que es el móvil que me da la empresa, no puedo enseñarle modales al estilo Neanderthal.

Y es entonces que, recordándome que el maldito aditamento tiene vida, parece burlarse desde su pequeña pantalla, vibrando al desconectar la llamada, como si se cagara de risa de mí. Pero algún día me lo venderá la empresa y entonces va a saber lo que es amar a Dios en tierra ajena...

sábado, 23 de mayo de 2009

En la mesa no se habla...

No he querido, ni quiero, hablar en este blog de política y cosas peores. Pero es imposible vivir en América Latina y mantener espacios libres de la influencia de la religión, la política y el fútbol.

Desde mucho antes que llegará yo acá, se habla de la "reelección". En mi país, hablar de reelección es un sacrilegio, porque según rezan todos los comunicados de los organismos gubernamentales al concluir, se nos recuerda (como para que no se nos olvide): "sufragio efectivo, no reelección".

Sin embargo, acá, un poco más al sur, la reelección es tema de todos los días. Hoy en el diario leía sobre una declaración del presidente acerca de "la encrucijada" que representa postularse para ser reelegido, e incluso ya salió una canción por acá que reza "La encrucijada en el alma ya no me deja dormir, no sé si irme a la finca o hacerme reelegir" (aquí les dejo el link, por si le quieren echar un vistazo).

Di vuelta a la página del diario y me topé con una nota de otro vecino y de su delirio "estatizador" que ha roto récord: en dos semanas lleva nacionalizadas más de 70 empresas, incluyendo a un reconocido banco de la madre patria.

Qué problema el de Narciso que se enamora de sí mismo al verse en el espejo... y qué complejo pensamiento el que se convence que no vendrá nadie más hermoso a mirarse en él. Yo, por el contrario, creo que si tuviera la oportunidad de "perpetuarme" no lo haría ni drogado! Que otro venga a limpiar mis embarradas!

En la mesa no se habla de religión ni de política, y en este blog tampoco. Que conste que no hablamos de política... sólo una pequeña "embarrada".

sábado, 16 de mayo de 2009

Miradas que matan

Influenciado sabiamente por la cultura norteamericana, siempre he intenado seguir la "política del buen vecino"... mi problema es que dentro de esa influencia a veces también me dejo llevar por la "política del garrote".

El apartamento al que da la puerta del mío ha estado vacío desde hace dos meses, pero creo que hoy se está mudando un nuevo vecino. Me di cuenta porque mientras trabajaba, la ventana estaba abierta. Yo, acostumbrado siempre a que nadie me veía, tranquilamente me dispuse a escribir mis crónicas, con las patas subidas sobre la mesa, una cerveza y la peor camiseta de mi distinguido guardarropa.

Estaba concentradísimo en las diatribas filosóficas en las que suelo enfrascarme, cuando siento una incómoda presencia distrayéndome. Estaba solo en el apartamento, así que la presencia maligna venía de fuera... giro la cabeza y me encuentro con la mirada del vecino, inspeccionando mi apartamento a través de mi ventana que no cuenta con cortina.

Reaccioné cordialmente, bajando las patas de la mesa, haciendo el gesto de "salud" con mi cerveza, saludándolo en pleno mood "good neighbor"... el nuevo vecino me devolvió el saludo y yo seguí trabajando, pero ya no pude volver a subir las patas a la mesa, pues tuve que dejar de actuar como como chimpancé.

Mientras trabajaba, no podía dejar de pensar que la ventana no tenía cortina... me volví a mirar una vez más y encontré la mirada del vecino de nuevo. Él se hizo tonto y se volvió a girar. Entonces empecé a sospechar...

Pasaron unos minutos más y giré la cabeza en un movimiento ágil como el de un gato, y descubrí al vecino nuevamente mirando hacia mi apartamento. Entonces fui yo el que bajó la cabeza y empecé a analizar con la sagacidad de felino de caza que me caracteriza: "¿éste tipo será raro?, ¿qué estará mirando?, ¿acaso le causo admiración natural sin siquiera conocerme? eso no sería raro, ya que yo suelo causar admiración sin conocerme, pero... ¿qué tal si lo que quiere es plagiar mis ideas fabulosas decorativas? ¿y si se está fijando qué tipo de tapiz puse en las paredes? ¿y si quiere alcanzar a ver la calidad de los acabados? ¿qué tal que quiere poner justo los mismos picaportes que tengo yo en las puertas? éste méndigo quiere robarme la idea que tengo de poner un tapete de piso al terminar las escaleras que diga "You are here", o mi maravillosa idea de poner una cabeza de alce disecada justo a la salida del baño de visitas...". "¡Maldito!" - pensé para mí mismo.

Desde entonces, cada vez que nos miramos a través de la ventana, arqueo las cejas y él hace lo mismo. Nos miramos por unos segundos, en tono amenazante, como marcando nuestro territorio. Luego seguimos con lo nuestro, pero sé que él no olvida mi mirada que le dice "cuidado, pedazo de estiércol, donde te vea copiando mi idea del alce...".

Tal vez, por accidente, alguien le incendie el apartamento.

sábado, 9 de mayo de 2009

"No tiene la culpa el indio..."

Una vez más apelo a la sabiduría popular de mi pueblo para hacer una reflexión "a posteriori" de la paranoia creada por el nuevo jinete del apocalipsis: la influenza. Y viene al caso, porque ante las denuncias que hicimos todos de discriminación a nuestros paisanos en todo el mundo - y que, como dato cultural, tuvo como antesala la "maravillosa" publicidad de Burger King en España, de la "Texican Whooper" - vale la pena reflexionar sobre las pequeñas muestras xenofóbicas que ocurren todos los días, en nuestra propia tierra, y que parecen pasar desapercibidas.


Hace un par de semanas discutía con una amiga sobre la percepción que existe en algunos círculos burgueses sobre si el fútbol es para "nacos" o no. Cabe definir aquí lo que se entiende en mi país por "naco"; el cliché indica: una persona de muy bajos recursos económicos, generalmente de piel oscura, cabello negro e hirsuto, a la que le gusta la cumbia y demás música "guapachosa", que adorna el tablero de su auto con "peluche", cuelga un zapatito de su hijo más pequeño en el retrovisor, usa una ostentosa cadena de oro falso alrededor del cuello, habla con peculiar acento y, usualmente, su vocabulario está restringido al doble sentido y otras guarangadas.


La sola palabra "naco" implica discriminación y en mi país la hemos usado desde mucho tiempo atrás. El refrán al que hago alusión en el título de este post "No tiene la culpa el indio...", también es una muestra más del racismo incorporado a nuestra cultura desde la época de la conquista. Acá, donde vivo hoy, escuché una expresión que me hizo reír: "ese celular es marca 'Flecha'... 'flecha', porque cualquier indio lo trae". Parece ser que, en América Latina, todavía estamos muy lejos de dejar atrás la sensación de incomodidad que nos provoca nuestro antepasado autóctono.


El tema es que, ante la discusión con mi amiga de si el fútbol es o no es para "nacos", apareció un magnífico ejemplo en mi tierra, de lo que yo denomino un "auténtico naco" - sí, lo acepto, en cierto grado, también discrimino. Y lo vino a dar, ni más ni menos, que un futbolista a quien el propio pueblo ha hecho sentirse el mismo Zeus.


En una declaración ante la prensa de mi país, el "futbolista" en cuestión, al verse acosado por los medios ante la ineptitud e incompetencia de la selección nacional - que si me permiten la acotación, a cualquiera que no cumple los objetivos en una organización, llámese empresa privada o selección nacional de fútbol, se le exigen cuentas y se le mide por el logro de objetivos - explotó, con una salida de lo más racista y ofensiva contra nuestra nación. En pocas palabras, redujo a todos los periodistas en la sala a algún estado inferior del ser humano sólo por vivir en un país latinoamericano, porque "Él", dios del Olimpo, subido al cielo glorioso por la propia afición, "ya jugaba en Europa" - calentando el asiento como jugador sustituto, pero un asiento de la banca europea, que no es lo mismo que la banca latinoamericana.


Bajo el enfoque de este individuo, cualquiera de nosotros que vive en suelo por debajo del Río Bravo, es un pobre diablo y, tipos como él, que por el simple hecho de haberse desplazado geográficamente - cualidad que tiene cualquier bípedo, cuadrúpedo y demás -, es merecedor de la envidia de millones y millones de latinoamericanos. ¿En qué momento de nuestra historia moderna nos creamos ese complejo como pueblos? ¿Cómo pedimos al extranjero que nos respete, cuando nosotros mismos nos empujamos hacia abajo y nos discriminamos los unos a los otros?


"No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre", dice el dicho popular, y tal vez no tenga la culpa este futbolista de cuarta, que desde su perspectiva, salió de un país de tercera (del tercer mundo) y al que se le olvidan las raíces. Pero me queda claro que, más que la piel morena, más que la joyería falsa, más que el vocabulario, la situación económica o el fútbol, lo que hace a un "auténtico naco" en mi tierra, es la manera de pensar.

domingo, 3 de mayo de 2009

Los toros desde la barrera...


En mi tierra existe una expresión que dice "Es fácil mirar los toros desde la barrera" refiriéndose a presenciar sucesos difíciles y expresar una opinión sin vivirla de cerca. Ahora que estoy lejos me ha tocado "mirar los toros desde la barrera", viendo lo que ocurre alrededor de la epidemia de influenza que aqueja a mi gente.


Más allá de lo duro que esta situación ha golpeado, en términos económicos, agravando todavía más la ya de por sí fuerte crisis económica que se vive - cerrando negocios, deteniendo la actividad productiva, recortando fuerza laboral, etc. - y el ánimo decaído de la gente - en un año terrible, encerrarse a piedra y lodo para evitar el contagio, sabiendo que el empleo está en juego, que la familia está en riesgo, tener que resignarse a esperar - es duro también presenciar cómo se mira a mi pueblo desde fuera.


Una amiga extranjera, estupenda periodista, me comentaba esta mañana que tuvo un "encontronazo" con el embajador de su país, también latinoamericano, por la aparente "discriminación" que ciertas medidas tomadas por su país parecían reflejar. En los Estados Unidos, un locutor de radio fue suspendido indefinidamente, al referirse durante su programa a mis connacionales viajando fuera del país como "criminaliens", posibles portadores del virus. Al llegar a varios aeropuertos en el mundo, mis paisanos se encuentran con miradas desconfiadas, distancias guardadas y preguntas temerosas.


Es lógico que los ojos del mundo miren con recelo, más allá de que esta situación dé oportunidad a algunos cuantos xenofóbicos de externar con furia sus opiniones. Desde el autoexilio puedo sólo decir que "miro los toros desde la barrera" deseando entrar, deseando poder hacer algo, y creo que lo único que me queda es al menos levantar un poco la voz para decir que no hay nada malo con mi gente, que pasa por un momento sumamente difícil, y que no pide nada de nadie, sólo que no se le mire con asco y temor.


Comparto una nota que me encontré esta mañana en el diario, una crónica hecha por una compatriota, Ángeles Mastretta, que narra el escenario para aquéllos que viven fuera y no han podido presenciar las calles vacías y los rostros por doquier con tapabocas.


Un abrazo solidario desde el autoexilio.

jueves, 16 de abril de 2009

Neurosis de medianoche



Vivo en un departamento maravilloso y realmente me siento afortunado de vivir aquí. Pero lo que me tiene hasta el keke es que, lo que parece ser una calle tranquila durante el día, se convierte en una maldita locura de tráfico y bocinazos a partir de la hora que me voy a dormir, es decir, las 8 de la noche.




Todas las noches llego a casa después del trabajo, arrimo mi caja de cartón en donde alguna vez recibí la lavadora, revuelvo un poco el aserrín dentro para que esté más acolchonadito y prendo mi foquito de 60 watts, para que se empiece a calentar y no me muera de frío a media noche. Cuando por fin está listo, me voy a dormir como pollo.




Pero desde que vivo aquí, siempre a media noche me despierta un maldito camión de la basura que pasa a vaciar los botes públicos de toda la calle, y el cual parece tener un probléma gástrico reflejado en las horrendas explosiones que lanza a través de su escape. La primera vez, estaba yo cuajado cuando sentí un balazo que me hizo tirarme al piso pecho tierra en cuestión de segundos, en medio de la oscuridad, llorando en silencio, esperando el final - ese es el condicionamiento pavloviano que me ha dejado tantos años de ser defequense... después comprendí que se trataba de las explosiones repetidas del mofle de ese camión del demonio!




Es imposible dormir: pasan motos que parece que explotarán por la mala combustión de gases, autobuses mal afinados que simulan el despeque del Challenger, conductores histéricos que suenan sus bocinas al cambiar el semáforo, peatones desgraciados que creo que sólo gritan para despertarme!




Ayer mi desesperación fue tal, que decidí salir de mi caja y unirme a la vorágine ocurriendo a mitad de la noche, al pie de mi ventana, para gritar: "CON UN DEMONIO, CÁLLENSE, CARAJO!"... no me importó que la vecina de la ventana de enfrente me viera salir en paños menores... creo que ella también estaba gritando algo parecido.

miércoles, 15 de abril de 2009

Discapacidad Mental


Hice un breve viaje a mi tierra durante cuatro días en los que generalmente la monstruosa capital se paraliza, cosa que no sucede muy seguido. Fueron cuatro días en donde tuve oportunidad de disfrutar de lo que he comenzado a extrañar desde el autoexilio.


Sin embargo, un detalle pequeño, minúsculo, con el que me topé durante mi estancia en la inmensa Gomorra fue, tristemente, lo que me recordó por qué no dejamos de llamarnos "tercer mundo".


Estaba de pie, en el estacionamiento de un supermercado, esperando a alguien. Me di cuenta que estaba justo frente a tres lugares marcados con la señal que indica que están destinados a mujeres embarazadas, personas en edad avanzada o con alguna discapacidad física. Sin embargo, los tres lugares estaban ocupados por autos que no tenían ningún distintivo, como suelen tener los vehículos a los que se les otorgan placas o señalamientos que comprueban que pertenecen a alguna persona que realmente necesita ocupar estos lugares de estacionamiento.


Vi llegar al primer dueño de uno de esos vehículos: un hombre desaliñado acompañado de su familia de 7 especímenes, todos desaliñados, comiendo porquerías y riéndose de manera estúpida. Los 7 se subieron al auto compacto, acomodándose como piezas de Tetris, para retirarse sin la menor señal de recato por haber ocupado un espacio que no les correspondía.


Pasaron sólo un par de minutos más, en el que vi llegar a una camioneta inmensa, de la cual se bajó un tipo de 30 años, su esposa y una pequeña niña. Ninguno de los 3 parecía tener discapacidad alguna... bueno, tal vez los dos adultos tenían discapacidad visual y no alcanzaron a ver que se estacionaron en un lugar que no les correspondía.


Así pasaron 15 o 20 minutos, en los que vi salir y estacionarse a por lo menos 7 vehículos, ninguno de ellos siendo tripulado por alguna persona que lejanamente requiriera de un lugar para "discapacitados". Entonces caí en la cuenta: en mi país, la vergonzosa Gomorra, la señal de estacionamiento para "discapacitados" no indica que el lugar está reservado para mujeres embarazadas, personas de edad avanzada o con alguna discapacidad física. Esos lugares están marcados para aquél al que no le funciona bien el cerebro y cree que no hace daño a nadie, si por ahorrarse sólo unos metros caminando, puede estacionarse ahí porque, a fin de cuentas: su "discapacidad mental" no mata a nadie.


Es triste darse cuenta que jamás, jamás, abandonaremos el auténtico tercer mundo...

domingo, 5 de abril de 2009

Verde que te quiero verde


Bastante alejado de la connotación de García Lorca, creo que siempre quise mi ciudad verde. Es una hermosa ciudad, no dejo de reconocerlo, pero los distintos tipos de cáncer que la agobian la han hecho ir de gris a casi negra.


Hoy caminé por el parque y sentí que algo le hacía falta. Miré a mi alrededor y buscaba, pero no parecía encontrar qué era lo que no estaba ahí. Por un momento me quedé viendo a los perros correr y pensé que incluso ellos se sienten felices al tener un espacio como aquél que les permita pensar que escapan de la jungla de concreto.


Caminé por el pasto un buen trecho y cuando alcancé la vereda de cemento, de inmediato me revisé las suelas de los zapatos... algo faltaba. "¿Qué le falta a este maldito parque?" - pensé. Revisé de nuevo mis zapatos y encontré la gran ausencia: "Claro!! a mi zapato le falta la mierda que generalmente pisa uno en los parques donde sacan a pasear los perros!".


Y entonces comprendí: a ese parque le hacía falta la basura, la tierra removida por el aire, síntoma del abandono en que casi siempre se encuentran, le faltaban las bolsas no reciclables, las corcholatas, los vidrios rotos, los...


Y tuve una pequeña tristeza en el alma: a éste parque le falta lo malo... y a mi ciudad le faltan más 'verdes' como éste.

martes, 31 de marzo de 2009

"Culicagao"

Entre los maravillosos descubrimientos que he hecho en los últimos días, se encuentra el término "culicagao" (gracias por tu aportación cultural, Alex). "Culicagao" es una forma más de llamar a los niños acá, bastante gráfica, por cierto y creo que certera...

El fin de semana salí a carretera por vez primera, manejando yo. Si alguna vez me pareció que una ruta de las carreteras del sur de México era peligrosa, se quedó corta con la experiencia del fin de semana, al más puro estilo "Rápido y Furioso".

Un trayecto de 120 km. se convirtió en una maldita pesadilla de muerte y desolación. Es una ruta sinuosa la que lleva a Girardot, entre montañas, ríos, pueblitos y cultivos. Valientemente tomé el volante pero no me imaginé lo que encontraría. Una ruta de dos vías: una de ida y otra de vuelta, o sea, una para ir y otra para volver, o una pa' allá y otra pa' acá.

Esa ruta de la muerte los habitantes de la capital la abordan como si fuera juego de X-Box. Cuando me di cuenta que era demasiado tarde para arrepentirme ya estaba metido en las primeras curvas de la montaña, viendo cómo me rebasaban a 190 km/hr. en esa puñetera ciclopista.

Me empecé a preocupar cuando el primer auto se desbarrancó frente a mí, pero me imaginé que era normal después de que el quinto salía disparado por el desfiladero. Me imagino que acá los automovilistas son tan hábiles que llegan al fondo del abismo parados en "cuatro ruedas".

Mi estómago tuvo el último vuelco cuando en la cima de la montaña todo se nubló, empezó a llover horriblemente, yo iba a una curva peligrosísima a 120 km/hr., con el desfiladero a sólo un par de milímetros, un trailer intentaba rebasarme por la izquierda, un auto compacto a 320 km/hr. lo hacía por la derecha, enfrente iba una motoneta a punto de patinar, el piso estaba mojado y frente a mí apareció un campesino de alguno de los 12 mil pueblos de América Latina cruzando a su maldito ganado...

El fin de semana, al bajarme del auto, supe por experiencia personal lo que realmente significa el término "culicagao". Lo siento por mis Calvin Klein...

jueves, 26 de marzo de 2009

Carrera Once con Noventa y Tres...

Algo que siempre me reventó el hígado en la Ciudad de México fue la confusión vial. Recuerdo que alguna vez, una amiga me comentó que me había visto desde su coche, manejando rumbo a la oficina, "cantando"... lo que nunca le confesé, es que yo no iba cantando sino mandándome una puteada marca ACME porque se me había olvidado la laptop en casa, y tenía que regresarme por ella, lo que iba a implicar soplarme otra hora y media de tráfico!

Más allá del mar de autos que inundan las calles, del salvajismo de los microbuses, del "neanderthal" que habita dentro de nosotros y resurge de las cavernas cada vez que nos ponemos al frente de un volante, algo que siempre odié es la forma en que las calles no parecen tener lógica.

Uno se pasa la salida que necesitaba tomar en una calle y la lógica debería indicar que en la siguiente calle debería girar, hacer un par de vueltas en cuadro y llegar a la calle deseada. Nada más alejado de la realidad! Uno se pasa una puñetera calle y termina en el barrio más peligroso, desconocido y atemorizante de la Ciudad, tipo franja de Gaza.

Pero algo le reconozco a la Cd. de México: las calles tienen nombre. Acá las calles y avenidas son números... suena sencillo, no? Uno debe seguir la numeración para llegar al destino. Pero con el paso del tiempo, las direcciones se convierten en un juego de "Batalla Naval", ese que se jugaba con dos tableros, en el que uno daba una coordenada al oponente para disparar un misil a su barco a ver si lo hundía: "B-9"... "F-15". De repente a uno le lanzan direcciones: "ah, eso eso está en Carrera Once con Noventa y Tres A...", "eso está en la 104, abajito de la dieciseis...", y el cerebro se le empieza a uno a enredar: "eso dónde rayos estará? voy a poner cara de que entiendo todo perfecto, aunque en el fondo no tenga ni puñetera idea de qué demonios me están hablando."

Algo de crédito le doy hoy a los que pusieron a "Homero" enseguida de "Horacio" (o es alrevés?) y después "Ejército Nacional"... al menos a uno le taladran en el cerebro una y otra vez el sentimiento patriótico cada vez que dobla la esquina.

domingo, 22 de marzo de 2009

Memorias "defequenses"

Toda mi vida fui "defequense".



Prefiero el término "defequense" - el cual yo mismo he creado - a "chilango" o "capitalino" porque creo que en "defequense" se encierra un juego de palabras que describe mucho mejor lo que es la vida en el Distrito Federal. Tristemente, la calidad de vida de quienes vivimos en los alrededores o dentro del DF no es nada envidiable. Pero no me ocupa hoy hablar de lo que implica ser "defequense", sino deseo establecer cuál es mi origen y la razón de este blog.



Soy "defequense" y hace tan sólo unos meses, decidí dejar toda mi vida en el Distrito Federal para ir a radicar a Sudamérica. La decisión de dejar atrás la vida entera, incluyendo familia, amigos, hábitos y costumbres (buenas o malas), comida y bebida (que en el caso de un mexicano, se podrán imaginar lo complicado que puede ser dejar atrás una buena salsa taquera o una michelada con Corona), y un sinfín de peculiaridades que componen la cultura de un país y una ciudad, ha sido la más difícil y egoísta que he tomado en la vida.



Más allá de los comentarios sobresaltados de un sinfín de amigos y conocidos cuando compartí con ellos el nombre de mi país de destino, lo complejo ha sido decidirme a dejarlo todo atrás para empezar "casi de cero" en un nuevo lugar.



Estoy consciente de que en un mundo "globalizado" (extraño término para un mundo que siempre ha sido "global") hace mucho tiempo que existen personas que dejaron su lugar de origen para ir a reinventarse a sí mismos a otro lado; sin embargo, la experiencia vuelve a ser completamente nueva, cada vez que un individuo se lanza "al vacío" una vez más, día tras día, y su gente lo ve partir sin saber cuándo volverá. No se altera sólo la vida del individuo, sino de todas aquellas personas y cosas que lo conforman, sin mencionar que llegará a alterar las vidas y el curso de las cosas del lugar al que habrá de arribar.



Por eso, porque creo que nada hay más emocionante en este mundo que salir a descubrirlo, a encontrar las pequeñas y grandes diferencias entre una latitud y otra, de retarse y descubrirse a sí mismo, cambiándose por completo los esquemas a los que el hombre se acostumbra tan fácilmente, es que me ha parecido imperioso abrir este espacio. Aquí quiero compartir las experiencias que, desde mi diminuta perspectiva, le ocurren a un "defequense" más allá de su suelo azteca, de la misma forma en que cualquier ciudadano del mundo las debe vivir en cualquier lugar de este lastimado planeta.