
Yo me inscribí de vuelta hace dos meses en un gimnasio o "gym" (para que suene nice), intentando entrar en la segunda categoría, pues últimamente la única pasión que transita por mis venas es el colesterol. Así que empecé con el mismo entusiasmo con el que lo hice hace como 15 años, decidido a recuperar el tiempo perdido y retomar el cuerpo escultural de anuncio de Calvin Klein que tenía cuando adolescente (hoy lo único que me queda de anuncio de Calvin Klein son los calzones y mi estatura de Michael J Fox - para quienes recuerden a "Calvin" de "Back to the Future").
Así que llegué el primer día pensando "si a los 18 años levantaba 80 kilogramos de benchpress, hoy debo haber triplicado mi fuerza como lo he hecho con mi inteligencia y sabiduría". Decidido, me recosté en la banca, hice un par de payasadas simulando que calentaba, y tomé la barra con 60 kilos dispuesto a impresionar a todos. Empecé a forcejear, a hacer ruidos guturales, apretar los dientes, apretar el estómago, cruzar los dedos de los pies, y la maldita barra no se movía un milímetro. El rostro se me empezó a incendiar y se me taparon los oídos del esfuerzo antes de escuchar un crujido terrible... afortunadamente no fue la columna vertebral la que se me partió, sólo se me desgarró el pants de manera vergonzosa.
De inmediato me levanté y miré a mi alrededor para ver si alguien había visto semejante espectáculo o escuchado mi infortunio. Afortunadamente todos estaban demasiado concentrados en mirarse a sí mismos al espejo. Con disimulo me levanté del banco, me amarré la sudadera a la cintura para ocultar el accidente y me resigné a dejar el benchpress para después. Me concentraría en las mancuernas para el bíceps, pues siempre habían sido mi fuerte! Con férrea determinación, mostrando mis bíceps esculturales y haciendo alarde de fuerza, tomé las mancuernas de 30 libras y... casi me arranco los brazos tratando de alzarlas! "No me van a ganar estas malditas pesas!" - pensé para mí y seguí intentando levantarlas, sudando como cerdo en matadero, hasta que el tipo que estaba a mi lado me dijo en voz baja: "no te esfuerces demasiado, no se te vaya a escapar un gas".


Con el orgullo herido, retomé fuerzas y empecé a correr como nunca lo había hecho en la vida:

Ahora estoy inscrito en otro gimnasio.